miércoles, 20 de noviembre de 2013

Humana, demasiado humana

    Recuerdo que, en una ocasión, a mi mejor amigo se le ocurrió comenzar un trabajo con una frase que, leída en voz alta e imitando a Sean Penn en "Yo soy Sam", tenía mucha gracia. De hecho, fue (y sigue siendo) motivo de carcajadas. Era algo así:
"La parte más difícil de un trabajo es empezarlo, pero bueno, yo ya lo he hecho..."
    Magistral, ¿no es así? A mí me lo parece. Tanto es así que me apropio, por esta vez, de su habilidad. Desconozco la calificación que recibió, pero lo bueno de los blogs es que no se pueden puntuar. Gustan o no gustan. No busco aprobación, aunque siempre es de agrado que al lector le guste lo que tiene a su disposición.

     Desde que me decidí a empezar con esto del Blog, he recibido muy buenas críticas, y, lo más importante, de personas que, desde mi perspectiva, merecen la pena. Personas a las que considero inteligentes, que no tienen motivos para regalarme los oídos, que no tienen esa obligación moral de darme una palmadita en la espalda o de aplaudirme. También es cierto que alguna crítica me ha caído, pero espero haber aprendido algo de ellas y volver con un poco más de fuerza para parirme a mí misma a mi manera, sin irme por las ramas, siendo fiel a mi forma de escritura, que, a mi forma de ver las cosas, es bastante sencilla pero, como todas las escrituras que salen del corazón (ojalá fuesen así todas, independientemente del contenido), personal.


    Llevo unos días un poco difíciles. Me canso con facilidad de las personas, me lo tomo todo como algo personal, he conocido de primera mano algo que, hasta ahora, únicamente me habían contado y yo había ayudado a superar, me aburren las conversaciones, me llevo las manos a la cabeza a causa de la actitud de las personas, de las cuales, ni siquiera esperaba algo. La llama que ardía en honor a ese ideal con patas que tan ilusionada construí se ha apagado, y demasiado había durado. Y, la situación en casa siempre es harto inestable. Parece que esté programada para paladear, únicamente, las situaciones desagradables. Sin embargo, lo desagradable siempre puede serlo un poco más, y, mis preocupaciones, ahora que las enumero, son bastante vacías y superficiales. Muy dignas de un estado apocalíptico/premenstrual, que así es como me encuentro desde el mismo día que se me retira el período. 


    Demasiado carácter me gasto, demasiadas energías depositadas en cosas que no tienen vuelta de hoja. ¡Y eso que sólo he plasmado los problemas que me rodean a mí, como individuo que siempre se desenvuelve dentro de pequeñísimo círculo, ya no como parte de una sociedad que no me apetece adjetivar, estudiante, paciente o cliente...! Quizás, el problema resida en las esperanzas depositadas en las personas. "Madre mía", me digo a mí misma. Pero, ¿cómo es posible que, con lo pesimista que he sido siempre, albergue esas esperanzas? ¿Por qué he creído alguna vez que puedo cambiar la forma de pensar de mi madre, anclada en alguna zona espacio-temporal remota, o intentar hacer ver a mi abuela que los matrimonios se rompen y la vida sigue? ¿Por qué parto del prejuicio que todo el que ha elegido estudiar Filosofía no va a ser un corrupto? ¿Por qué he creído alguna vez que no merezco cierta actitud por parte de alguien por el hecho de haberle tratado bien con anterioridad? ¿Por qué he buscado comprensión a toda costa? ¿Por qué me resignaba a caer del burro?


    Llevo un tiempo escuchando la teoría, pero posponiendo la práctica a toda costa, y me temo que ésta me ha arreado, fuerte, en la cara. Bien me lo tenía merecido, pero no por albergar, como he dicho, aquellas esperanzas, no. Me refiero al hecho de tomármelo como me lo tomo. Es insano, cansa y, aunque me agraden las arrugas, creo que soy demasiado joven para añadir más a la cesta. Ya llegarán cuando tengan que hacerlo, cuando la base de maquillaje ya no las pueda disimular. 


    Mi mejor amigo, al que dedico por entero este escrito, siempre me ha dicho que he de aprender a reírme de estas situaciones. De éstas y de todas, vaya. Nada se puede hacer con el dogmático, como tampoco con una persona que se vende con facilidad que, su precio, aunque no muy alto, al fin y al cabo algo vale. Baltasar Gracián los describe mucho mejor de lo que yo podría:
"...Gente sin alma; muchos, que parecen personas y son plazas muertas. Todos estos sí que me causan a mí grande horror, y tal vez se me espeluzan los cabellos."
Evidentemente, sé que todo va a seguir donde y como estaba. Pensándolo bien, me quito un gran trabajo de encima admitiéndolo. Ya está, ya pasó. Y eso que, en realidad, nunca hubo tempestad y nunca reinó la paz. En cualquier caso, sí noto un cambio en mi forma de digerir ciertos acontecimientos. He tenido la enorme suerte de contar con buena compañía. Hay personas que no es que te adornen con alhajas, sino que te ayudan a aceptarte y quererte en la vertiginosa desnudez. 

Estoy contenta conmigo misma. Es algo que no había sentido nunca hasta hace bien poco. Cometo errores, claro, pero sé lo que quiero y no quiero soportar. Sé que amistades verdaderas hay menos que dedos en una mano, sé que la unidad familiar se rompe y es lo normal cuando uno desea encontrarse a sí mismo y despojarse de todo lo que han querido que seas, que, en el fondo, no es sino un vivo reflejo de ellos mismos. Sé que no necesito tener ocio todas las semanas para sentir que hago algo con mi vida, sé que estoy en la carrera que quiero (a pesar de que me haya decepcionado en enorme medida, aunque la culpa no sea de la pobre Filosofía, sino de personas que creen haberse adueñado de ella y no al revés, por lo que no han comprendido nada desde un principio). También sé que no puedo cambiar el punto de vista de alguien sobre algo si éste ni siquiera se plantea la posibilidad remota de andar equivocado. También, que no tengo idea de nada, pero he aprendido que admitir no saber es un lujo que no todo el mundo parece querer permitirse. Y eso que es gratis. También sé reconocer cuando una persona, ignorando toda circunstancia/problemática, me roba el aliento y se instala en mi pensamiento. También he aprendido a dar la cara en esas circunstancias: comprendí que el silencio y el disimulo me convertirían, algún día, en la abuela más verde concebible. Es lo que tiene la represión, que por algún lado tiene que salir. Y, no es que esté segura de que no vaya a serlo, pero que no sea por eso.

    Me parece que ya he expuesto todo lo que quería. Quiero, en algún momento de flaqueza, dirigirme a este escrito y recordar lo que me impulsó a publicarlo. Es lo bueno de la escritura y de la música, incluso de los olores. Son los únicos que pueden hacer que vivas de nuevo esa sensación que no alcanzas por ti mismo. El otro día, por ejemplo, volví a sentir esa sensación de nerviosismo, ilusión y ganas de empotrar (porque para qué me voy a poner poética, si no soy digna de que entréis en mi casa) frente a alguien. Al acabar la cita, regresando a casa, quería revivir lo que sentí justo en el momento de tenerle delante. Me era imposible. Quise recordar toda la conversación con la mayor fidelidad, pero tenía lagunas, y no pocas. Terminé dándome por vencida: cuanto más te esfuerzas por reproducir un recuerdo, la proyección es más y más borrosa. A eso, se le suma la realidad paralela que has diseñado en tu cabeza. Imposible recordarlo todo, pero sí la esencia. Así pues, que quede constancia, al menos, de que aquello y todo lo demás sobre lo que os he hablado hoy, ocurrió.



PD: Tengo la inmensa suerte de sonreír cada vez que recuerdo estar viendo "Radio Encubierta" con mis amigos, va a hacer dos semanas. Nos lo pasamos realmente bien, y, si no habéis visto la película, que os sirva de recomendación. Si estáis enamorados de Philip Seymour Hoffman, os gusta la buena música, el cachondeo, los trajes entallados en cuerpos imposibles, las barbas pobladas y no sabéis beber, ¡también es vuestra película!