sábado, 1 de febrero de 2014

La Duda

Ni mucho menos se trata de la primera vez que veo esta película. A decir verdad, la primera vez que la vi, fue por obligación. Para la asignatura de Lógica y Teoría de la Argumentación, exactamente. Jesús Alcolea, que era nuestro profesor, nos habló de la película y dejó la puerta abierta a la realización de un comentario sobre la película, apelando, cómo no, a los muchísimos aspectos de la película que nos podían sugerir elementos como la certeza, duda, vacilaciones, creencias o emociones.

No me tiembla el pulso en absoluto al coronar el largometraje como uno de los mejores de todos los tiempos. Me gusta porque me hizo pensar en su día y lo sigue haciendo, por muchas veces que la vea. Tanto es así, que acabé comprándola. 

Se titula "La Duda", y bien es cierto que la película no trata de otra cosa. Según mi perspectiva, que no tiene que ser la correcta ni mucho menos, el espectador podrá saborearla si, realmente, al finalizar ésta, no tiene un veredicto sobre la situación. De eso se trata y, para mi gusto (insisto), ahí reside la esencia de la historia.

El ser humano siempre ha sentido una especie de pánico patológico al no saber, al no poder dar respuesta, al no poder ofrecer un juicio irrevocable. Aunque todos vivimos, sí. Vivir es fácil, después de todo. No lo es tanto cuando te paras a preguntarte el porqué de las cosas. Investigar no es como salir a correr, por mucho que no te apetezca. La película es tan sobresaliente que, lejos de ser excelente en sí misma, te ayuda (y mucho) a conocer a la persona con la que la has disfrutado. Sí, no exagero. Resulta un método muy válido para saber cómo funciona alguien. 

En la película, quizás, el carácter de los distintos personajes está demasiado marcado, incluso exagerado. Se trata de la única pega que le veo al filme, pero no culpo a sus responsables, pues ellos bien debieron saber que se enfrentarían a un público poco exigente, poseedor de un nulo pensamiento crítico, acostumbrado a que se lo den todo triturado para hacer el mínimo esfuerzo a la hora de comprender. El cine se ha acabado aceptando como una actividad lúdica, como un pasatiempo vacío, como un recreo. Muchos ven películas cuando el aburrimiento se adueña de ellos. Personalmente, esta actitud hace que me eche las manos a la cabeza, y con razón. Con perdón, dejaré a un lado mi opinión sobre la utilidad del cine para centrarme en lo que llevaba entre manos.

Como decía, nos topamos con una Meryl Streep todopoderosa, hipergaláctica, capaz de todo. Ella no necesita a nadie. Todo el mundo le respeta, pero la base de este respeto tiene lugar en el miedo, lo cual, siendo el vivo rostro de una institución como es la Iglesia, puede dar algún que otro problema. En especial, cuando se avecinan cambios en el comportamiento, maneras y tradiciones de las personas, del vulgo, de la gente que necesita de la Iglesia y que, a su vez, la Iglesia necesita, porque de no tener público, ésta caería olvidada. Así pues, y como otra cara de la moneda, tenemos el papel de Philip Seymour Hoffman, quien comprende el papel de párroco de una Iglesia y el colegio que dirige Streep. Dos titanes, en efecto, enfrentados en una película que saca, para mi gusto, lo mejor de ambos.

Meryl Streep es la soberbia personificada. Ella no vacila bajo ningún concepto. Dura y entera como una roca, indestructible, es incluso más sagrada que el Cristo que lleva colgando a lo largo de toda la película. Ella es la viva voz de la experiencia. Ella encarna a esas personas que creen saberlo todo por el hecho de tener años en la espalda. Lo llaman experiencia, sí. Y, quien quiera verlo como yo, observará que ésta te proporciona, simplemente, un escudo que se utiliza como protección. Así es el perro cuando se le ha maltratado: desconfiado y habilitado para morder cuando se siente amenazado. Lo mismo ocurre con el saber que procede de la simple experiencia cuando no se ha analizado, paso por paso, lo que creemos haber aprendido de ella.

Seymour Hoffman, por el contrario, representa la novedad. La cara recién lavada de la Iglesia. Bajo la orden suprema de Jesucristo "amarás al prójimo", lleva a cabo su vida. Él desea acercarse a las personas, desea proteger al débil, al marginado. Sin embargo, una serie de elementos estéticos (que abundan en la película, y maravillosamente), harán que dudemos de su bondad natural, de su don, de su papel. Estos elementos, como decía, nos llevarán a pensar que, quizás, se trate de una persona que huye de su pasado, que sin duda debe ser oscuro, pues no se hace alusión directa al mismo en todo el largometraje. Además, presenta unas características físicas y unos gustos que harán que dudemos de su identidad sexual: posee una enorme fijación por el buen aspecto de las uñas, por la limpieza, por el orden, por la medida, como también gustará de llevar flores secas entre su Biblia, pues, como dice, le recuerdan a la primavera. 



Como intuirá el lector, aquí falta una presa. Se trata del marginado al que aludíamos antes, aunque superficialmente. Un niño, claro. Un tema, actualmente, muy de moda: el de la pederastia y los abusos por parte de curas. Por desgracia, hemos conocido muchísimos casos en diferentes órdenes de todo el mundo. Sin embargo, y gracias a la exquisitez de los guionistas, la película es mucho más que ésto. De hecho, aunque no pueda pasar por alto el protagonismo de esta alarma prometedora del peligro, no es, ni mucho menos, lo más importante. Es más: si el espectador ha visto bien la película, no debería emitir juicio alguno sobre si se han llevado a cabo esos hechos tan vergonzantes.

Y, he aquí la gracia: el no poder opinar por carecer de pruebas suficientes y válidas. Aunque, claro, de todo hay. Es lo que tiene la diversidad. Claro está que lo más fácil es no hacer nada, pero también lo es, habiendo una evidente escasez de pruebas (como es el caso), dejarse llevar por el poder que te ha sido otorgado siendo más papista que el Papa para hacer tu voluntad en la Tierra y en el Cielo. De pruebas no se vive por mucho tiempo, pues germinan en forma de dudas, y, éstas, en un laberinto infinito que angustia en enorme medida al que las posee. El papel de Meryl Streep es, sin duda, el más importante de la película porque posee la esencia del título. Férrea como sí misma, se vale de certezas que ella misma saca del cajón de su experiencia. Carece de pruebas reales, aunque no de ficticias. Su colegio, su labor y responsabilidad y, también, su fama, están en juego. Y ella no lo olvida en ningún momento. 

No quisiera contar la película. Como veis, he preferido diseccionar el contenido filosófico que me ha parecido interesante, pues no se trata sino de un dilema que se nos puede presentar a todos alguna vez en la vida. Un simple chisme sobre terceros que puede hacer que nuestra actitud hacia ellos cambie para siempre. ¿Deberíamos abrir las puertas a ese chismorreo y crucificar al oponente? ¿Deberíamos, por contra, pararnos a pensar en los motivos que llevan a una persona a decirnos algo sobre alguien? Y, cuando la responsabilidad de creer o no creer es nuestra, ¿qué hacer? ¿Cómo soportar las turbulencias de la duda que llega hasta la náusea?

La película no ofrece respuestas. Por ello, es una buena película: porque el fin lo pones tú, y sólo si eres realmente aventurero. Y, bueno: ya sabemos cómo terminan muchas aventuras. La opinión no es lo importante, al fin y al cabo. Cada persona, al terminar la película, emitirá su juicio. ¡Ay, la condición humana, cuánto pesa, menudo lastre! Pero así es. Yo también lo hago cada vez que termina. Lo único que digo es que me quedo con la duda, porque pocos ascos puedo hacer al bueno de Philip Seymour Hoffman, quien me enamoró para siempre desde que le vi en esa película. Su interpretación es brillante, como siempre. Su defensa no llega, jamás, al ataque (de Meryl Streep no podemos decir lo mismo), pero es tan intensa que es imposible no simpatizar, aunque sea un poco, con él. El papel de Meryl llega a ser absurdo. Su firmeza terminará siendo una caricatura. Un roble convertido en tímido y frágil pino. Pero ella no es ella sólo, sino que su labor le exige ser la más astuta. Tras esa máscara, se esconde la mujer pálida de ojos pequeños, enclenque, que, a menudo, su rostro hace gala de largas noches de insomnio.



Cuando un rey se cree un rey, tenemos un problema. Cuando alguien se cree lo que no puede, se presupone un estado de alerta. Las personas no pueden fingir por mucho tiempo su condición humana. No quisiera adentrarme en si es buena o mala, pues no dejan de ser clasificaciones que hacemos de semejante a semejante.

En fin: mirad la película si os apetece aprender una lección que puede valer para toda la vida, si se estudia correctamente. De no hacerlo, también se puede uno sentir identificado con cierto papel y puede, fácilmente, sacar su propia interpretación de los hechos. Porque ésto es, lamentablemente, lo que nos obsesiona: poder dar respuesta a todo. Poder decir "aquí ha pasado ésto por este motivo". Por fin, nos hemos topado con una película que intenta destruir ese estúpido fenómeno que nos encontramos en las salidas de las salas de cine: personas que creen estar en posesión de la verdad en cuanto a lo que han visto en la proyección. A veces, amigos, es mejor no responder. Poco se puede hacer con ese rey que se cree un rey: el pobre, tan sólo es un invidente.

Esta película invita, únicamente, a la reflexión. Debatir en torno a ella está bien si eliges con quién. Y, bueno: se puede decir que yo he tenido suerte.